Alex Madrid / amadrid@eurohoops.net
Cory Higgins aterrizó en Barcelona como un ganador, recién coronado campeón de Europa, para sumar a un proyecto ganador. Sólo el fichaje de Nikola Mirotic era capaz de eclipsar la llegada de uno de los mayores talentos ofensivos del continente. El ahijado de Michael Jordan ilusionaba a la afición del Barça.
Sin embargo, no fueron pocos los que cuestionaron sus actuaciones en sus primeros meses como azulgrana. Su irregularidad, falta de adaptación y los fallos en los finales igualados -su lanzamiento sobre la bocina en la Fase Final, como una espina clavada- eran los argumentos utilizados por los más críticos.
Pero algo cambió dentro de Cory Higgins en 2021. Sintiéndose más protagonista que nunca y viviendo su mejor momento desde que viste de azulgrana, arrancó la Copa del Rey.
Desde el primer partido le vimos con el cuchillo entre los dientes, jugando un baloncesto imparable, asesino, pero barnizado por la clase que le carateriza. Ese bote de balón hipnótico, ese tiro en suspensión letal y esa plasticidad que le permite acabar sus penetraciones como si fuera arte.
En la Copa, Higgins fue la locomotora de un tren llamado Barça. Si no fuera por él, el tren habría decarrilado en la primera estación. El partido contra el Unicaja sirvió como aviso para el resto de sus compañeros, que le descargaro de trabajo a partir de ese momento para dominar a Baskonia y Real Madrid.
Sus números en ataque, para el recuerdo: 22 puntos en cuartos, 15 puntos en semifinales y, como guinda, 20 puntos en la gran final. Así, Higgins se convirtió en el primer MVP en una final de la era Jasikevicius.
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